MICRORRELATOS INÚTILES

PESAOS

Y aun así, era imposible concebir cómo lo hacían. Cómo podían ser tan pesaos. Que si la crisis, que si la contaminación terrestre, que si en Ganímedes se está estupendamente…Y encima siempre se presentaban cuando almorzaba, y mi mujer, tan cumplida, les servía un café y todo…Y un día, que perdió el atleti, les dije que sí, que me abdujeran ya.  Tan contentos se pusieron, que me llevaron inmediatamente al ovni, aunque ahora no arrancaba ni a tiros. Menudo cabreo del copón pillaron, que si con tanto hacerme esperar, natural que se hubiera averiado. Por mí, que les den…

LA MANCHA

Cuando desperté vi una fea mancha en el techo. No una común, obra de hongos o goteras. Porque no goteaba sobre mi vientre, donde debería. Entonces cayó algo. Pero no desde la mancha, sino hacia ella. Claro, resulta que yo estaba atado al techo ¿Qué fue lo que dijo aquel asesino que condené a 20 años? Algo como “Algún día te abriré las entrañas para que las veas salir una a una”…

UN SANTO ATRIBULADO

El otro día recibí un email de San Isidro. Me puse muy nervioso, ya que se trata nada menos del patrón de mi pueblo, organizándose las fiestas más fastuosas en su honor. Aunque claro, con esto de la pandemia no le sacaron de romería el año pasado, y el presente va por el mismo camino. En el correo me rogaba si podía echarle trigo encima, tal como se acostumbra cuando sale en procesión. El hecho de que se dirigiera a mí denotaba su desesperación, puesto que la última vez que pisé una iglesia aún debía emitirse Hablando se entiende la basca. Supongo que antes habría contactado con otros vecinos, aunque con la difícil situación actual nadie parece tener tiempo para él. Así que conmovido, me planté en la parroquia. La escena que presencié fue desoladora. Con dos cantos de polvo me aguardaba en un oscuro nicho, asemejándoseme a un huerfanito desvalido. Tan falto de atención que pasó por alto la herejía de echarle cuscús, puesto que era lo que más a mano tenía en casa que se pareciese al trigo. Seguidamente le vitoreé emocionado tres “¡Viva San Isidro!”. Ni se inmutó. El pobre se sentía muy solo. Por ello le propuse salir a la calle. Le ofrecí mi sudadera y gafas de sol con objeto de pasar desapercibido. En un principio se mostró escéptico alegando que parecía un cani, y que tampoco quería desprenderse de su corona, ya que eso sería harto denigrante. Al final logré convencerle ocultando el halo bajo la capucha de la sudadera, evocando a un monje tibetano. Tras un largo paseo nos pedimos unas cañas en un bar. Acostumbrado al agua bendita, pronto se puso a cantar con voz aguardentosa el himno a su persona y algo sobre unos bueyes concupiscentes que no voy a trascribir aquí. Cuando el camarero trató de echarnos, montó en cólera y empezó con la cantinela de “¡Usted no sabe quién soy yo, mequetrefe!”. El dueño amenazó con llamar a los civiles, y me lo tuve que llevar a rastras a la iglesia. Incapaz de erguirse sobre su pedestal, no me quedó otra que acostarlo en el altar con la casulla del cura por sábana. Desde entonces nos wasapeamos a menudo. Y ahora me dice que le presente a una amiga. Me temo que he sido una influencia espantosa.

PACIENTE CERO

Sabe que la muerte le aguarda. Aunque eso ya lo sabía antes de aterrizar. No tardaron en capturarlo, pero esto también estaba previsto. Nadie le ha obligado, él mismo se ofreció voluntario para la misión. Todo sea por el imperio. Un imperio caduco, decadente, sí, pero que en su tiempo fue el más floreciente de la galaxia. Su avanzada tecnología no tenía parangón. Dioses en potencia, conquistaron innumerables mundos y viajaron más allá de las estrellas. Nada ni nadie rivalizaba con su poder, por lo menos hasta el momento en que repararon en su entorno más próximo. Un planeta insignificante y primitivo, aunque sin embargo la única civilización que les restaba por conquistar. Quién iba a pensar que esas grotescas criaturas los aniquilarían por culpa de un ridículo germen.

Desde la ventanilla del furgón donde lo llevan preso, tiene la oportunidad de examinar el mundo del que hablan sus libros de historia. Sus toscas viviendas se suceden y su hierba ni siquiera es roja.  Ha transcurrido más de un siglo desde que los invadieron y diríase que han involucionado. Y a pesar de eso planean expediciones a Marte, de enviar a sus patéticos hombrecillos al corazón del imperio. Eso sería una humillación imperdonable. Por eso no sucederá, por eso a él le inocularon el germen que diezmó su especie. Los hombrecillos eran inmunes, aunque ahora ha mutado. Ahora es contagioso y letal.

Los militares que le acompañan se burlan de él, saben lo que le aguarda. Él también ríe, aunque para sus adentros. Pobres ignorantes, no son conscientes de nada. Un letrero junto a la carretera se avista por la ventanilla. Si supiera leer chino mandarín, el alienígena sabría que pretenden diseccionarlo en un lugar llamado… Wuhan.

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